lunes, 4 de abril de 2011

GOTAS DE AUSENCIA

“La ausencia disminuye las pasiones pequeñas y aumenta las grandes, lo mismo que el viento apaga las velas y aviva las hogueras”, decía Rochefoucauld. Una ausencia interminable es igual a la muerte, pero una ausencia intermitente puede brindar mucha vida. Todos los amantes se abrillantan con la ansiedad de la distancia mientras se deterioran con la erosión de la cercanía. Cualquier pareja que se reúna sólo encuentre de vez en cuando convierte automáticamente esos días en días festivos. De modo que para amarse, aparte de otros ingredientes, una sensible dosis de ausencia es importante. Hay que saberla introducir con tino pero en esa proporción exacta crece la veta feliz. Una buena cantidad de kilómetros separando los trabajos, una insoluble cantidad de inconvenientes impidiendo la vida en común, transforma lo más común en extraordinario. ¿Por qué ese empeño en cohabitar sin pausa? Cruriosamente, la misma evolución de la economía en crisis y sus imposiciones de desplazamientos en busca de un trabajo son augurio de un archipiélago amoroso donde lucirá como nuevo el régimen del noviazgo o la púrpura deseante del cortejo. Y, en consecuencia, dejará arramblado, como un trasto el matrimonio permanente, el vínculo constante, la saturación derivada del otro en un recinto invariable, reiterado y tóxico. JUAN VERDÚ - El País de Madrid